El libro me atrae mucho como objeto, no solo para leerlo: su vida útil, su disponibilidad, sus efectos y sus transformaciones. La inquietud me llevó a probar distintas performances, como quien prueba en un laboratorio distintas combinaciones de una misma molécula.
Para uno de mis libros, trabajé con LaCie, una empresa de memorias externas con base en California. Así salió publicado en librerías La llave maestra en el formato de un pendrive sumergible. En otra oportunidad, publiqué una novela en el formato de un libro herméticamente enlatado que resiste el paso del tiempo.
Fue más una amalgama de inquietudes que un hecho puntual lo que dio lugar a la creación de Librología.
En principio, no me pregunté cuántos libros se leen en el mundo, sino cuánto se lee un libro en el mundo. En su vida útil. Un libro promedio. ¿Cuántas personas pasean sus ojos por todos sus renglones? No encontré una respuesta científica, pero la lógica más básica indicaba que, en la vida útil de un libro, las veces que es leído son infinitesimalmente menores comparado con las veces que podría serlo. Con lo cual los libros, si fueran humanos, serían pródigos. Esto tampoco sería un problema, sino fuera porque para hacerlos se requiere mayormente talar árboles, desforestar.
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En otro momento, cursando un transe desaprensivo, me pregunté cuántas personas querrían leer alguno de los tantos libros que tengo en mi casa juntando polvo. Y, como seguro eran unos cuantos, lo que me pregunté después fue: ¿cómo puedo saber quiénes son, y ponerme en contacto con ellos?
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Párrafo aparte. Lejos allá en el tiempo, pero no mucho más allá, en los 90, si recibías una carta de algún ser querido viviendo en el exterior, ya había pasado una semana desde que la había escritoientras la contestabas, ya estaba viviendo otra realidad. Cuando tu respuesta por fin llegaba, el receptor tenía que remontarse a aquel tiempo, agregar lo nuevo, y contestar tus comentarios a una situación ya transcurrida. ¿Quién querría mantener ese régimen tortuoso de comunicación existiendo WhatsApp?
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En lo que hace a la distribución de los libros usados, pareciera que nadie se ocupó de usar la tecnología en favor de los tiempos actuales.
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La comunicación global acortó distancias. Gracias a internet, hoy prácticamente no hay distancias… Pero no ocurrió lo mismo en la calidad de los vínculos. De hecho, aunque parezca una paradoja, muchas veces la brecha en términos de calidad vincular es la misma cuando no nos vemos que cuando nos conectamos indiscriminadamente con solo un click. Quiero con esto decir que una cosa es ponerse en contacto y otra muy distinta es estar en contacto.
Los vínculos incipientes, sacando excepciones, fluyen más y mejor cuando hay un filtro que amortigua y terceriza cualquier tensión inherente al encuentro.
En síntesis y, contestando a la consigna de esta columna, pensé que ese filtro que aceitara el engranaje vincular podía ser un libro, que se debería poder acceder a las bibliotecas de las personas con libros para compartir, y que si un libro se leía solo una o cinco veces, podía leerse mil, cinco mil veces…
El resultado fue Librología.
Una aplicación es como un organismo vivo, necesita distintas cosas a medida que se desarrolla. Hasta hoy, la aplicación ofrece distintos servicios: permite puntuar y reseñar libros, crear tu propio perfil de lector (con los libros que leíste, tus favoritos, los que querés leer) y lo mejor —creo— es que podés encontrar y ofrecer libros para regalar, intercambiar y/o vender. Todo esto de manera gratuita, comunitaria y ecológica. Digo ecológica, ya que, si circulan mejor los libros existentes, se evitan reimpresiones innecesarias que atentan contra el medio ambiente.
Redirigir la atención a la lectura y crear vínculos sociales más sofisticados y productivos en términos creativos e intelectuales son características inherentes a la propuesta.
Que esta idea funcione depende de que los usuarios se bajen la aplicación y se encuentren con otros usuarios que quieran circular más eficientemente los libros usados en la sociedad. Ya está empezando a pasar.
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Mariano Marquevich (Argentina). Escritor, novelista, productor, psicólogo forense y columnista argentino. Antes de Librología, tuvo otras iniciativas creativas como enlatar (literalmente) “Las cosas como no, son”, novela que fue publicada herméticamente cerrada en 2013. Luego sacó a la venta el primer libro en pendrive en 2016 que, además, era sumergible 100 metros. Realizó un festival de arte interdisciplinario basado en las ideas del libro “La Llave Maestra”. “La Llave Maestra Fest” ya lleva cuatro ediciones (el último fue en 2020).